El Centro Deportivo “El Paraguas” se encuentra en el corazón del barrio de Triana (Sevilla),
rodeado de edificios. Entendiéndola desde la perspectiva de ciudad como urbs, observo que se encuentra casi escondido entre edificios comunes
sin ninguna identidad especial, llamándome especialmente la atención el caos
visual que provocan las decenas de coches aparcados, algunos incluso en segunda
fila. No es fácil encontrarlo, pues la plaza en la que se encuentra está
visualmente oculta entre los edificios.
Entendiendo la ciudad desde la perspectiva civitas, no puedo estar más de acuerdo
con la definición de Bauman, cuando asegura que es “un lugar donde los extraños viven juntos permanentemente, mientras
mantienen sus diferencias sin dejar de ser extraños”. Decenas de personas
caminan por la plaza de Monte Pirolo, donde se encuentra nuestro Centro
Deportivo, sin mirarse, sin hablarse, sin relacionarse.
Desde la perspectiva de polis, entendida como espacio de reproducción para la
desigualdad social y prácticas de exclusión, nuestro Centro se presenta como un elemento gestionado por la Administración (el Instituto Municipal de Deportes, siendo el Organismo responsable del deporte municipal), en el que lejos de “cumplir su tarea específica pero también potenciar su uso y el uso del área circundante como espacio público” (Muxi, 2003)[1], se constituye como un equipamiento dirigido principalmente a clases acomodadas. Y no es que las instalaciones sean elitistas, que no lo es su única pista cubierta multifuncional de 44mx32m como espacio en el que se ofrecen actividades de balonmano, futbol, patinaje artístico, petanca y bolos montañeses, además de oficinal y aulas de formación, ni sus gradas sin acceso a personas con diversidad funcional, ni su cubierta con goteras… Es, sin embargo, orientado para su uso y disfrute a jóvenes y adolescentes que tienen recursos económicos suficientes como para pagar, en el caso más económico, cuotas mensuales de 25 euros al mes que piden los diferentes clubes que alquilan sus instalaciones y ofrecen sus servicios deportivos. Esto segrega claramente al tipo de adolescentes que acuden al lugar, pues observo durante la tarde que paso con el equipo de patinaje artístico, la disposición de equipación deportiva y materiales que no se antojan económicos. No veo tampoco ningún adolescente inmigrante. Se trata, principalmente, de jóvenes que pertenecen al propio barrio.
desigualdad social y prácticas de exclusión, nuestro Centro se presenta como un elemento gestionado por la Administración (el Instituto Municipal de Deportes, siendo el Organismo responsable del deporte municipal), en el que lejos de “cumplir su tarea específica pero también potenciar su uso y el uso del área circundante como espacio público” (Muxi, 2003)[1], se constituye como un equipamiento dirigido principalmente a clases acomodadas. Y no es que las instalaciones sean elitistas, que no lo es su única pista cubierta multifuncional de 44mx32m como espacio en el que se ofrecen actividades de balonmano, futbol, patinaje artístico, petanca y bolos montañeses, además de oficinal y aulas de formación, ni sus gradas sin acceso a personas con diversidad funcional, ni su cubierta con goteras… Es, sin embargo, orientado para su uso y disfrute a jóvenes y adolescentes que tienen recursos económicos suficientes como para pagar, en el caso más económico, cuotas mensuales de 25 euros al mes que piden los diferentes clubes que alquilan sus instalaciones y ofrecen sus servicios deportivos. Esto segrega claramente al tipo de adolescentes que acuden al lugar, pues observo durante la tarde que paso con el equipo de patinaje artístico, la disposición de equipación deportiva y materiales que no se antojan económicos. No veo tampoco ningún adolescente inmigrante. Se trata, principalmente, de jóvenes que pertenecen al propio barrio.
Cumple, eso sí, la función de espacio “donde se da la vida social, el lugar también
de socialización, de encuentro y de intercambio social” (Rosa, A. 2012:42).
En este Centro Deportivo observo la relación que tienen los y las integrantes
del equipo de Patinaje: son como una familia. Y no es de extrañar, pues por una
parte, la mayoría ingresó en el equipo siendo muy pequeños/as y han forjado tal
vínculo entre ellos que ha traspasado los muros del propio edificio. Son
compañeros/as y además son amigos/as. Por otra parte, la labor de los monitores
refuerza el trabajo en equipo y la cooperación. Veo que no sólo enseñan
patinaje. No sólo los preparan para la competición. También los preparan para
la vida en comunidad. Soy participante, en este momento, de la función
socializadora que ofrece un equipamiento público como complemento a las
incomprendidas formas de socialización basadas en las redes sociales y uso de
teléfonos móviles.